BOGOTÁ, 6 de agosto de 2025.
El presidente Gustavo Petro, en medio de una creciente ola de inconformidad por parte de sectores políticos, empresariales y ciudadanos, ha respondido con un mensaje que sacudió el debate público: “Analicen si ha valido la pena el cambio, o no”. Esta afirmación se convirtió rápidamente en el eje central de su discurso y en el nuevo punto de partida para evaluar su gestión.
Lo hizo no como una justificación, sino como un desafío abierto, casi retador, como si se dirigiera no solo a sus críticos, sino también a quienes lo apoyaron con esperanza hace tres años. A través de una intervención que mezcla balance de gobierno, justificación ideológica y confrontación política, Petro vuelve a ponerse en el centro del debate nacional.
🧭 El momento político
Su alocución llega en un punto de inflexión. El país está cruzado por tensiones: movilizaciones en departamentos clave, denuncias por supuestos escándalos internos, crisis institucionales, confrontaciones entre poderes y una ciudadanía que oscila entre la expectativa y el desengaño. En este contexto, el mandatario no optó por un discurso técnico ni por cifras defensivas, sino por una narrativa emocional que apela al juicio colectivo.
“Este es mi tercer año”, expresó, “es momento de que el pueblo se pregunte: ¿valió la pena el cambio que se eligió?”. En otras palabras, dejó la sentencia final en manos del pueblo, pero no sin antes encuadrar su propia visión de lo que ese cambio ha significado.
🧩 El contenido del discurso
Durante la intervención, Petro repasó distintos ejes temáticos: la reforma estructural al sistema de salud, los avances en política educativa, los intentos de reforma a la justicia y el impulso a una economía más redistributiva. Sin embargo, más allá del balance técnico, lo que marcó la diferencia en esta alocución fue su tono: una mezcla entre defensa ideológica, reconocimiento de obstáculos y una apuesta simbólica por el juicio de la historia.
Reprochó que muchos sectores que hoy critican su gestión son los mismos que “abrazaron modelos fallidos” en gobiernos anteriores. Hizo énfasis en las resistencias que ha enfrentado por parte del Congreso, la institucionalidad tradicional y poderes económicos que —según él— no han querido permitir que el cambio prospere.
Pero no se limitó a culpar. En un tono de introspección pública, lanzó preguntas sobre los efectos reales del cambio: ¿hemos transformado lo suficiente?, ¿el país es más justo hoy?, ¿las instituciones reflejan los intereses populares?
💬 Reacción dividida
El mensaje presidencial no tardó en generar fuertes reacciones. En redes sociales, voces a favor destacaron la valentía del presidente al abrir la puerta al juicio popular en plena gestión. Consideraron que fue un ejercicio de sinceridad política poco común en los altos cargos.
Por otro lado, quienes ven con escepticismo el gobierno actual lo interpretaron como una maniobra discursiva para evadir responsabilidades. Para ellos, la pregunta no es si ha valido la pena el cambio, sino por qué no se ha materializado en soluciones concretas a problemas como el desempleo, la inseguridad, la inflación, la salud pública o la gestión territorial.
Varios líderes regionales, incluyendo mandatarios departamentales y locales, rechazaron lo que interpretaron como una narrativa divisoria, en la que se señala a quienes no han seguido su línea como enemigos del cambio. Reclamaron una visión más unificadora, menos confrontativa.
📝 Editorial: ¿Cambio o decepción?
El presidente no presentó un informe de resultados tradicional. Lo que hizo fue transformar el balance gubernamental en una interpelación moral a la ciudadanía. Más que cifras, ofreció un relato. Más que logros, lanzó una pregunta. Y en eso radica su jugada política: desplaza el debate del terreno técnico al simbólico, del “qué se ha hecho” al “qué representa lo que se ha hecho”.
Este tipo de mensajes tienen poder, pero también riesgo. Porque al invocar directamente al pueblo como juez, pone en juego su legado en tiempo real. Si la percepción ciudadana está cargada de frustración o desencanto, el efecto puede ser contraproducente. Si, por el contrario, logra movilizar a sus bases y recuperar confianza, puede relanzar su narrativa de transformación hacia el cierre de su mandato.
Petro apela a algo más que números: apela a la memoria colectiva, al deseo de cambio que lo llevó a la presidencia. Pero también asume un riesgo: poner su legitimidad en manos del sentimiento nacional.
✅ Conclusión
En su tercer año de gobierno, Gustavo Petro ya no busca convencer a sus críticos, sino interpelar a su pueblo. Su pregunta no es retórica: es una apuesta. “¿Valió la pena el cambio?”. Con esa frase, traslada el debate político al terreno de lo simbólico y desafía a Colombia a responderle no con cifras, sino con convicciones.
Quedan dos años de gobierno y una pregunta abierta. La respuesta, por ahora, se construye entre las calles, los hogares, las regiones… y las urnas.