Créditos: Producción periodística Alberto de filippis / mundobeto / realización audiovisual Fredy Torres w.
🎥 Mira el reportaje completo en YouTube: https://youtu.be/aTi2gBm2apQ?feature=shared
📰 Mundobeto, aliado estratégico de la revista El Mundo Cambió.
En medio del estruendo lejano de explosiones, las sirenas de alerta antiaérea y los vestigios de una capital que se niega a caer, Kiev sigue en pie. Lejos de ser una ciudad detenida por el miedo, la capital ucraniana ha aprendido a coexistir con el conflicto, aferrándose a la rutina como una forma de resistencia silenciosa. Esta es la vida en Kiev, donde la guerra ha dejado de ser un acontecimiento extraordinario para convertirse en parte de lo cotidiano.
El pulso de una ciudad bajo amenaza
Desde la invasión rusa iniciada en febrero de 2022, Kiev ha sido blanco de múltiples ofensivas. A pesar de ello, la ciudad se ha transformado en un símbolo de resiliencia para el país y para el mundo. Las calles aún vibran con el sonido de pasos, mercados que abren a pesar del peligro, cafeterías que siguen sirviendo café mientras los generadores rugen en caso de cortes eléctricos, y escuelas que imparten clases en modalidad mixta: presencial cuando se puede, virtual cuando las alarmas interrumpen la rutina.
Las estaciones de metro, antiguamente centros de tránsito urbano, ahora sirven como refugios subterráneos durante los bombardeos. Familias enteras descienden con mantas, termos de té y tabletas cargadas, preparadas para pasar horas bajo tierra mientras pasa la amenaza. Es un acto de supervivencia, pero también de desafío: mantener a los niños estudiando, aunque sea en un búnker, es una manera de decirle al enemigo que no podrá detener el futuro de Ucrania.
Economía de guerra: reinvención y subsistencia
La economía local ha sufrido duros golpes. Muchas empresas han cerrado, otras han reducido sus operaciones al mínimo. Sin embargo, la necesidad ha impulsado la innovación. Pequeños negocios, antes dedicados a la moda o el entretenimiento, ahora fabrican uniformes militares, redes de camuflaje o kits de primeros auxilios. Hay quienes, desde sus hogares, se han convertido en microempresarios del conflicto, cosiendo, cocinando o recaudando fondos para los soldados en el frente.
El comercio informal ha florecido en barrios periféricos, donde los precios de productos básicos como el pan, la leche o los huevos fluctúan según la disponibilidad y el acceso a suministros. Pese a las dificultades, hay un sentido de colaboración comunitaria que sostiene a los más vulnerables: vecinos que comparten alimentos, voluntarios que llevan medicinas a los ancianos, redes ciudadanas que monitorean zonas inseguras para advertir a sus habitantes.
El rostro humano del conflicto
Vivir en Kiev no solo implica adaptarse al peligro, sino también cargar con las heridas emocionales de la guerra. Miles de personas han perdido familiares o amigos en los combates o en los bombardeos. Las cicatrices psicológicas se suman a las físicas, y aunque hay servicios de apoyo, la capacidad institucional está desbordada. El trauma es silencioso, pero se respira en los ojos cansados de los adultos, en los dibujos de los niños, y en la sobriedad con que se narran historias que, en tiempos de paz, parecerían impensables.
Los hospitales, muchos de ellos golpeados por los ataques, siguen operando gracias a la entrega de médicos y enfermeras que, a menudo, atienden en condiciones mínimas. Hay escasez de medicamentos y suministros, pero nunca falta la voluntad de salvar vidas.
La esperanza como motor
A pesar de la crudeza del día a día, Kiev respira una fe persistente en la victoria. Las banderas ucranianas ondean en cada rincón, colgadas en ventanas, balcones y paredes, como recordatorio de que la identidad nacional no será doblegada. Las manifestaciones artísticas también han tomado un nuevo significado: murales que glorifican a los héroes de guerra, canciones que se entonan en plazas como himnos improvisados, poesía que circula en redes sociales y transmite el dolor, pero también la esperanza.
La juventud, lejos de rendirse, lidera iniciativas de reconstrucción y apoyo social. Muchos han renunciado a la posibilidad de emigrar y han decidido quedarse para reconstruir desde adentro. La educación sigue siendo un pilar de resistencia: universidades continúan funcionando en línea, y centros culturales ofrecen talleres gratuitos como una forma de mantener viva la creatividad en tiempos oscuros.
Kiev, símbolo de un país que no se rinde
En Kiev, cada gesto cotidiano se convierte en un acto político. Preparar el desayuno, ir a trabajar, enseñar a los hijos, cuidar a los abuelos… todo adquiere un nuevo significado cuando se vive bajo amenaza. La ciudad, aunque golpeada, no se doblega. El espíritu de Kiev se alimenta de su gente, de la solidaridad, del valor colectivo y de una esperanza que, a pesar del dolor, se niega a desaparecer.
La guerra ha cambiado todo, pero no ha podido borrar la esencia de esta capital vibrante. Kiev no es solo el epicentro de una nación en conflicto: es la llama viva de una Ucrania que se defiende con armas, sí, pero también con libros, canciones, abrazos y memoria. Aquí, la vida continúa, y ese simple hecho es, quizá, la victoria más grande.
Créditos: Producción periodística Alberto de filippis / mundobeto / realización audiovisual Fredy Torres w.
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