Miles de venezolanos y colombianos que buscaron un mejor futuro en el norte, regresan marcados por la pérdida, la desilusión y el abandono institucional.
El viaje hacia el “sueño americano” se ha convertido en una travesía de dolor, muerte y desarraigo para miles de migrantes latinoamericanos que hoy protagonizan una nueva tragedia: el retorno forzado o frustrado a sus países de origen. En medio de esta dolorosa realidad, emergen historias como la de Yiliberth Marín, una joven venezolana que perdió a su hermana en la selva del Darién, y que hoy carga no solo con el duelo, sino con el peso de haber regresado sin nada y sin respuestas.
El fenómeno del retorno migratorio, poco visibilizado en los discursos oficiales, crece silenciosamente en los corredores humanitarios, las estaciones de tránsito, los centros de detención y las fronteras cerradas. México, Colombia y Venezuela son testigos del regreso forzoso de quienes, tras haber atravesado ríos, selvas, desiertos y muros, descubren que el Norte no era la promesa, sino un nuevo muro de dolor.
⚠️ Regresar: ¿una elección o una condena?
Muchos migrantes regresan por rutas clandestinas, desprovistos de protección diplomática o consular. Algunos lo hacen vía marítima desde Panamá, exponiéndose nuevamente a las mismas redes de trata, narcotráfico o coyoterismo que marcaron su travesía inicial. Otros, atrapados en México, viven en campamentos improvisados, sin acceso a salud, educación o un plato caliente. Todos comparten un sentimiento común: fracaso, abandono y miedo.
Las políticas migratorias implementadas durante el mandato del expresidente Donald Trump —algunas aún vigentes— siguen generando deportaciones exprés, cierre de solicitudes de asilo y represión en la frontera. A esto se suma la falta de respuesta institucional en los países de origen, que no cuentan con rutas de retorno dignas ni programas de reintegración laboral, educativa o emocional.
🧠 La otra frontera: la salud mental
Organizaciones como Médicos Sin Fronteras han alertado sobre el grave deterioro emocional de los migrantes retornados. Los relatos de violencia sexual, separación familiar, explotación laboral y muerte en tránsito dejan huellas psicológicas profundas: estrés postraumático, depresión, ideación suicida y ansiedad generalizada son ahora parte del equipaje que muchos llevan de regreso.
No se trata solo de cuerpos desplazados, sino de vidas fragmentadas por la indiferencia de sistemas migratorios colapsados y gobiernos que ven en la migración un tema político, no humano.
🕳️ Sin cifras, sin plan, sin respuestas
La situación es aún más crítica por la ausencia de datos oficiales sobre migrantes retornados. La mayoría regresa por vías informales, sin notificar a ninguna autoridad y sin acceso a mecanismos de apoyo. En Colombia, por ejemplo, no existen protocolos de atención integral a retornados desde México o EE.UU., y la migración inversa sigue siendo un tema marginal en la agenda pública.
El fenómeno está creando una nueva generación de excluidos, quienes ya no pertenecen ni al país que los expulsó ni al país que los vio nacer.
🇨🇴 Colombia en contexto: verdades pendientes
Mientras estas historias sacuden la conciencia colectiva, en Colombia también se desarrollan otras realidades que exigen verdad y reparación. La Corte Constitucional ha ordenado la desclasificación de archivos de pederastia en la Iglesia, en una decisión histórica que busca justicia para miles de víctimas silenciadas por décadas.
Simultáneamente, avances en los procesos de paz con grupos disidentes armados representan una luz de esperanza, aunque frágil, en medio de un país marcado por la violencia estructural y la exclusión que, precisamente, han empujado a muchos a migrar.
“Volver no es volver al mismo lugar. Es regresar siendo otro, con una historia que ya no cabe en ninguna frontera.”
La crisis de los migrantes retornados exige una respuesta regional articulada, que reconozca la dignidad de quienes se arriesgaron a buscar futuro y regresaron con el alma rota. Porque no se trata solo de volver: se trata de poder empezar de nuevo.