“Respeto, no complacencia”: cuando la autoridad debe mostrar ejemplaridad ante el acoso desde el púlpito

Un reciente episodio protagonizado por el presidente Gustavo Petro en un evento oficial en el Cauca ha abierto un debate profundo sobre los límites del lenguaje público, la dignidad de las funcionarias y la responsabilidad que conlleva el liderazgo. Lo que pudo parecer un gesto trivial para algunos, para otros representa una muestra clara de acoso institucional, de desigualdad simbólica y de cómo el poder puede usar la palabra, el gesto y la posición de autoridad para generar incomodidad o rebajar la dignidad, aun sin intención explícita.


📍 ¿Qué ocurrió?

Durante una alocución, el presidente le dio la palabra a la directora de Sustitución de Cultivos Ilícitos, Gloria Miranda, para presentar los avances del programa. Al terminar su intervención, el mandatario, en público, hizo un comentario sobre su apariencia (“como todas las funcionarias del gobierno del cambio, es hermosa”) y bromeó diciendo que los periodistas decían que era su novia, y que como ella se había casado recientemente, “la perdimos”. En ese momento, la dirigió una caricia que, según las denuncias, la funcionaria no autorizó; hubo risas del público, incluido el presidente mismo, quien incluso compartió el video del momento.


⚠️ ¿Por qué muchos lo consideran acoso?

Varios elementos hacen que la situación trascienda una anécdota curiosa:

  • Porque en un escenario de poder (el presidente, con micrófono, con audiencia, con cámaras), quien recibe el comentario o gesto tiene poco margen para objetar o retirarse sin generar señalamientos públicos.

  • Porque los comentarios sobre la apariencia física o insinuaciones románticas —aunque se digan en tono de broma— tienen el potencial de cargar con connotaciones machistas que asumen que las mujeres siempre están sujetas al juicio estético o afectivo del varón, especialmente si este es una figura de autoridad.

  • Porque el consentimiento —especialmente en público y en eventos institucionales— no es algo que deba darse por hecho. Tocar a alguien sin su consentimiento, en una situación de desigualdad de poder, puede generar incomodidad, vulnerabilidad, riesgo de acoso estructural.


🗣 Respuestas requeridas para restaurar la confianza

Este momento no debe quedar como una polémica pasajera. En justicia institucional y de liderazgo responsable, se espera:

  1. Reconocimiento claro del malestar
    Que la autoridad reconozca públicamente si hubo error, molestia o falta de sensibilidad. No se trata de ofender por ofender, sino de entender cómo las palabras –y los gestos– tienen efectos reales más allá de la intención.

  2. Disciplina lingüística y de protocolo
    En eventos oficiales, los discursos públicos requieren cuidado especial: hay roles institucionales, respeto protocolario, y la necesidad de evitar comentarios personales que puedan cruzar líneas.

  3. Formación institucional en género y trato igualitario
    Que servidores públicos —altos y bajos— reciban capacitación para entender los principios de respeto, consentimiento, igualdad y lenguaje no sexista. Que sepan cuándo un gesto o comentario puede generar daño.

  4. Escucha activa de las voces afectadas
    La funcionaria que fue el centro de este gesto público tiene todo el derecho de expresar su incomodidad, de sentir inseguridad, de pedir disculpas, de decir “esto me hizo sentir mal”. Que la institucionalidad respete esa voz, la proteja y no la minimice.


🌱 Significado simbólico

Este episodio pone sobre la mesa que el feminismo institucional no puede limitarse a discursos de igualdad en leyes; implica cambios culturales en todos los rincones: desde el lenguaje y los gestos hasta la forma en que quienes están en el poder se relacionan con quienes les sirven.

Que “respetar” no sea solo palabra, sino práctica.


✅ Conclusión

La autoridad no puede permitirse banalizar la incomodidad pública de una funcionaria. Cuando un líder hace un gesto público que cruza líneas de trato igualitario, no es asunto menor: es señal de dónde está parada una cultura institucional. En democracia, el poder no solo debe tener voz fuerte, también debe tener tacto.

Este episodio debe impulsarnos a exigir que el respeto institucional sea realmente eso: respeto. No aplausos complacientes, sino responsabilidad. No silencio, sino conciencia. Porque una democracia plena insiste en que ninguna autoridad minimice la dignidad de quienes le acompañan.

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