El regreso público de Pablo Beltrán, segundo comandante y jefe negociador del ELN, no es un simple gesto propagandístico: representa una oportunidad concreta para volver a la mesa de paz, pero también un llamado al Gobierno y a la sociedad colombiana para definir los términos bajo los cuales ese retorno tiene sentido. Ocho meses después de que los diálogos quedaran suspendidos, las condiciones que plantea la guerrilla revelan lo complejo del momento, pero también lo urgente que resulta encontrar caminos de entendimiento si se quiere evitar más violencia.
Historial que pesa
Hace más de dos años, el ELN y el Gobierno del presidente Gustavo Petro avanzaron en negociaciones con una agenda ambiciosa: participación de la sociedad civil, transformaciones territoriales, reparación, derechos humanos y un cese de hostilidades. Hubo avances reales: acuerdos parciales, confianza construida, esperanzas sembradas. Sin embargo, los hechos violentos en Catatumbo y otras zonas, sumados a desacuerdos sobre compromiso y verificabilidad, llevaron al congelamiento de la mesa hacia comienzos del año. Desde entonces, el diálogo está en pausa, con el descontento de muchos ciudadanos afectados por la violencia y la impunidad.
Lo que pide Pablo Beltrán para volver a conversar
Beltrán señala varias condiciones que considera imprescindibles para reactivar los diálogos y evitar repetir los mismos errores:
Que se respete cabalmente los acuerdos marco previos, es decir, aquello que ya estaba firmado: participación social, compromisos territoriales, protección de derechos humanos.
Que haya acuerdos parciales firmes, lo que incluye transformaciones concretas en los territorios, no solamente promesas o aspiraciones políticas.
Seguridad jurídica para los guerrilleros en cuanto a su participación: garantías de protección si cumplen, mecanismos de verificación independientes, y que no haya persecución política ni judicial como represalia solo por estar en el proceso.
Inclusión total de la sociedad civil: comunidades locales, organizaciones sociales y poblaciones históricamente afectadas deben tener voz real, no como espectadores sino como actores del proceso.
Que haya voluntad del Estado para mantener compromisos, incluyendo dejar de lado medidas puramente represivas o gestos contrarios al proceso, que puedan generar desconfianza.
Los riesgos si no se acoge la apertura
Si el Gobierno no responde a estas condiciones con gestos concretos, el peligro es que el estancamiento persista o se profundice. Aunque el anuncio de Beltrán trae una chispa de esperanza, también reaviva la desconfianza ciudadana:
Para las comunidades del sur, del Catatumbo, del Chocó y otros territorios, los acuerdos no cumplidos se traducen en violencia, desplazamiento y pérdidas humanas.
La continuidad del conflicto legitima narrativas que dicen que la paz es imposible, que las negociaciones no cambian nada.
Si la mesa de diálogo se reactiva sin garantías claras, el desgaste institucional, la polarización y la frustración pueden crecer, incluso entre quienes desean la paz.
¿Por qué es vital respaldar este momento?
Porque la paz no es solo un buen deseo, es una necesidad urgente en Colombia. Respaldar esta propuesta no significa estar de acuerdo con todo lo que haga el ELN, pero sí reconocer que ningún Estado moderno puede sostener indefinidamente la violencia como política de seguridad. Apoyar el diálogo bajo condiciones de respeto mutuo, claridad y responsabilidad es apoyarnos a nosotros mismos, como sociedad que sueña con la paz.
Las instituciones tienen una tarea grande: demostrar que son dignas de la confianza de quienes sufren la guerra. Que cuando se firma, se cumple; que cuando se acusa, se responde; que cuando se dialoga, no se abandona la mesa al primer tropiezo.
Conclusión
El llamado de Pablo Beltrán trae consigo una prueba de fuego para el Gobierno: si existe voluntad real de paz, entonces debe corresponder con hechos y condiciones claras, oportunas, verificables. Si Colombia puede superar esta coyuntura, podría sellarse una etapa nueva de diálogo más madura, más honesta, que realmente transforme territorios golpeados por la guerra.
Esta no es solo una oportunidad para el ELN o para el Estado: es una oportunidad para Colombia. Que la tomemos con responsabilidad.