BOGOTÁ, 12 de agosto de 2025.
Colombia continúa consternada tras la muerte del senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, víctima de un atentado ocurrido hace más de dos meses y que, pese a múltiples intervenciones médicas, terminó cobrándole la vida. En medio de un país que aún asimila el impacto del crimen y que exige respuestas contundentes, una declaración del jefe de despacho de la Presidencia, Alfredo Saade, provocó indignación generalizada y un rechazo prácticamente unánime.
Durante un espacio de discusión política, Saade se refirió al magnicidio con una analogía que, para muchos, resultó insensible y banalizadora: “La actividad política tiene un riesgo. Montar bicicleta tiene un riesgo, de caerse…”.
📍 La frase que encendió la polémica
Según el funcionario, la política, al igual que ciertas actividades cotidianas como el ciclismo, implica riesgos inherentes que deben asumirse. Para justificar su afirmación, señaló que Colombia ha sido escenario de violencia política por más de dos siglos, sugiriendo que los atentados y amenazas forman parte de la historia nacional y que quienes ingresan a la vida pública lo hacen con pleno conocimiento de ese peligro.
Sin embargo, en el contexto actual, la analogía fue percibida como un intento de normalizar y minimizar la magnitud del asesinato de un líder político. Para diversos sectores, comparar un crimen político de alto impacto con un accidente deportivo equivale a restar gravedad a un acto que atenta directamente contra la democracia.
💥 Reacciones inmediatas y rechazo transversal
Las críticas no se hicieron esperar. Analistas, políticos de distintas corrientes e incluso ciudadanos comunes interpretaron la declaración como una falta de empatía hacia la familia de la víctima, hacia sus seguidores y hacia la ciudadanía que demanda garantías de seguridad para todos los actores políticos.
En distintos escenarios se coincidió en que el mensaje envía una señal peligrosa: aceptar los magnicidios como parte del “riesgo normal” de hacer política puede generar una cultura de resignación frente a la violencia, debilitando los esfuerzos por erradicarla.
Incluso, algunos señalan que, viniendo de un alto funcionario del Gobierno, la frase refleja una falta de sintonía con la magnitud del momento histórico, pues no se trató de un hecho fortuito o accidental, sino de un ataque planificado que vulnera principios básicos del Estado de Derecho.
🕊 Magnicidio: un concepto que exige cuidado en el discurso
El término “magnicidio” no es menor. En el lenguaje político y jurídico, se refiere al asesinato de una figura pública de alta relevancia, con el objetivo de alterar el rumbo político de un país o enviar un mensaje de poder a través de la violencia.
Por eso, las palabras usadas para referirse a un caso así deben transmitir solidaridad, condena inequívoca y compromiso de justicia. Reducirlo a una metáfora ligera no solo ofende la memoria de la víctima, sino que erosiona la confianza en la capacidad del Estado para garantizar la protección de sus líderes.
🔍 Implicaciones políticas de la declaración
Más allá de la indignación inmediata, esta controversia plantea preguntas de fondo:
Impacto en la imagen del Gobierno: ¿Puede una declaración así minar la credibilidad de la Presidencia en materia de protección a la oposición y a figuras políticas?
Señales a la comunidad internacional: En un contexto donde la seguridad de líderes es observada de cerca por organismos internacionales, la falta de empatía puede ser interpretada como desinterés o tolerancia hacia la violencia política.
Efecto en el clima electoral: Con un país en efervescencia política, las palabras de un alto funcionario pueden reforzar narrativas de polarización y desconfianza hacia las instituciones.
📝 Editorial: la política no es un deporte extremo
La analogía de Saade deja una enseñanza importante: en política, cada palabra pesa, especialmente cuando el país atraviesa un momento de dolor y exige respuestas. No se trata de negar que el ejercicio político implica riesgos, sino de reafirmar que esos riesgos deben ser combatidos y minimizados por el Estado, no asumidos como inevitables.
La política no es un deporte extremo en el que cada quien asume su suerte. Es un ejercicio de servicio público que debe estar protegido por garantías sólidas, no expuesto a la violencia como si fuera una condición inmutable de nuestra historia.
📌 Conclusión
El magnicidio de Miguel Uribe Turbay es un golpe directo a la democracia colombiana. La reacción de Alfredo Saade, lejos de aportar al debate sobre cómo prevenir hechos similares, abrió una grieta en la narrativa oficial y dejó un sabor amargo en la opinión pública.
En un país marcado por décadas de violencia política, lo que se espera de sus líderes es empatía, firmeza y compromiso real con la erradicación de estos crímenes, no comparaciones que diluyan su gravedad. La memoria de Miguel Uribe y el respeto a la democracia exigen algo más que frases ligeras: exigen acciones y un cambio de cultura institucional frente a la violencia política.