ORTEGA, TOLIMA – agosto de 2025.
La comunidad académica, científica y local está de luto por la muerte de una joven geóloga de tan solo 30 años, quien fue víctima de un inesperado ataque de abejas mientras realizaba labores de campo en la zona rural del municipio de Ortega.
El trágico desenlace
La geóloga, que también se desempeñaba como docente universitaria, estaba desarrollando una actividad académica al aire libre junto a dos colegas en una vereda alejada. De manera súbita y sin advertencia, fueron sorprendidos por un enjambre, lo que hizo que la profesional recibiera múltiples picaduras en zonas sensibles como rostro, tórax y garganta.
Pese a su rápida intubación y manejo inicial, su estado se complicó. Fue atendida de urgencia en un hospital local y se planeó su traslado a Bogotá. Sin embargo, durante el trayecto sufrió un paro cardiorrespiratorio que obligó a desviar la ruta hacia Ibagué. Allí, lamentablemente, su vida se apagó.
Una carrera truncada y un sueño por cumplir
La víctima no era solo una profesional apasionada, sino también una estudiante de posgrado que estaba a pocos días de sustentar su tesis. Su marco académico —como egresada de una reconocida institución nacional— era brillante y su vocación, evidente.
Sus superiores —decana y departamento de la Facultad de Ciencias— la recuerdan por esa mezcla única de entrega, calidez humana y dedicación intelectual.
Editorial: la naturaleza, ecosistemas y los silenciosos peligros de la academia de campo
Esta muerte inesperada es un recordatorio trágico de lo vulnerable que puede ser el trabajo científico y territorial. Páramos, veredas, ecosistemas fragilizados o llamativos —todos lugares donde la curiosidad impulsa el conocimiento y el riesgo acecha sin aviso.
La reacción de la naturaleza es impredecible; reconocerla es parte del oficio. Como sociedad, debemos asegurarnos de que quienes se adentran en estos escenarios estén acompañados por medidas de prevención robustas: planes de evacuación, kits de reacción ante envenenamientos, protocolos claros para saber cuándo detener una salida, y comunicaciones inmediatas con apoyo logístico.
Conclusión
Andrea del Pilar —como muchos la recuerdan— se despidió en medio de lo que más amaba: el campo, la tierra, la ciencia. Su partida, abrupta e injusta, revela la fragilidad de quienes se dedican a descubrir nuestro entorno.
Este caso no puede quedar en una nota trágica más. Debe motivar un replanteamiento urgente de los procesos de seguridad en salidas de campo. No basta con lamentar: debemos actuar para proteger a quienes, desde la academia, llevan luz a los territorios más escondidos.